Una cosa es que un perro adiestrado nos dé la pata cuando se lo pedimos, y otra muy distinta que lo haga por iniciativa propia. Esa diferencia, sutil para el ojo humano, pero esencial desde la perspectiva animal, revela mucho sobre cómo los perros se comunican con nosotros y con su entorno.

Quien convive con un perro sabe que sus patas son casi un lenguaje: pueden posar una sobre el brazo de su humano, empujar suavemente una pierna, dar un leve toque en el muslo o incluso dar pequeños golpes o rascar con insistencia para reclamar atención. No hay una sola manera de hacerlo, ni un solo motivo detrás de ese gesto. Lo que sí hay, y cada vez se estudia con más detalle, es una intención comunicativa. Porque los perros, lejos de mover sus patas al azar, las utilizan para decirnos algo que no pueden expresar con palabras.

En su origen más instintivo, el movimiento de la pata está asociado a la supervivencia. Los cachorros lo hacen al nacer, empujando el vientre de su madre para estimular la producción de leche. Es un acto reflejo que después se transforma en una herramienta social donde el perro aprende que ese gesto consigue respuestas, que al levantar la pata ‘ocurre algo’. De ahí que muchos adultos lo empleen como forma de pedir comida, reclamar atención o mostrar afecto. Pero reducirlo a una simple demanda sería quedarse corto. La pata, en el lenguaje canino, es también un medio para expresar emociones complejas, desde la ansiedad hasta la ternura.

Una forma natural de comunicarse
Según especialistas en comportamiento animal, el acto de poner una pata sobre alguien no es un hábito aprendido al azar, sino un vestigio de su forma más básica de comunicación. Los perros no disponen de manos, pero sí de un repertorio corporal finísimo y complejo que incluye la mirada, la postura, sus orejas, la cola… y, por supuesto, las patas. Usarlas les permite iniciar contacto, pedir algo o, sencillamente, establecer vínculo.
En la práctica, muchas veces se interpreta como una solicitud. Un perro puede posar la pata sobre el brazo de su cuidador porque quiere jugar, porque desea salir o porque simplemente busca cercanía. En esos casos, suele acompañarlo con una mirada sostenida, un leve movimiento de cola o un cambio en la postura corporal.
Cuando es una llamada de atención
El uso de la pata como recurso para atraer la mirada del humano se consolida muy pronto. Los perros aprenden que el contacto físico tiene un efecto directo y que, si tocan, alguien responde. Esa asociación, reforzada una y otra vez, convierte el gesto en una herramienta eficaz.
A veces el mensaje es tan simple como ‘mírame’. Si el perro está aburrido o desea interacción, es probable que nos toque con una pata para iniciar el juego. En estos casos, los etólogos recomiendan ofrecer una alternativa positiva como un paseo, un juguete de búsqueda o unos minutos de atención dirigida. No es necesario censurar el comportamiento, sino redirigirlo. Al fin y al cabo, el perro solo está comunicándose de la manera que mejor conoce.
Las patas también hablan de emociones
Pero no todo gesto de la pata significa lo mismo. Los expertos señalan que el contexto es clave. Un perro relajado que apoya la pata sobre el brazo mientras recibe caricias puede estar mostrando afecto y confianza. Pero si ese mismo gesto aparece acompañado de tensión corporal, mirada desviada o respiración acelerada, podría estar indicando nerviosismo o incomodidad.
Algunos perros, por ejemplo, levantan una pata sin llegar a tocar nada, un signo de alerta o estrés. Otros la usan para empujar, en lugar de acariciar, cuando desean mantener distancia. Interpretar correctamente estas señales requiere observar el conjunto de su lenguaje corporal y no solo el movimiento aislado. Podríamos decir que el uso de la pata es una palabra dentro de una frase más amplia, y su significado depende de cómo la pronuncie el cuerpo entero.
Un gesto que puede expresar cariño
Más allá de las necesidades o el estrés, muchos perros utilizan la pata como una forma de contacto afectivo. Apoyarla sobre el brazo o la pierna del humano, sobre todo durante una caricia o un momento de descanso, debe entenderse como una manifestación de apego. Estudios neuroquímicos han mostrado que el vínculo entre perro y persona activa los mismos neurotransmisores (oxitocina, serotonina y dopamina) que refuerzan los lazos sociales en humanos. Por lo tanto, en este contexto, la pata no pide nada, sino que solo ofrece compañía.
Cuando hay que prestar atención
Sin embargo, también hay momentos en que el gesto merece ser observado con más detenimiento. Un perro que insiste en tocar, rascar o empujar puede estar mostrando frustración, ansiedad o incluso dolor físico. En esos casos, lo recomendable es consultar con un veterinario o un especialista en modificación de conducta canina para descartar causas médicas o emocionales.
Además, conviene evitar reforzar de manera automática el comportamiento. Si cada vez que el perro pone la pata se le atiende, aprende que ese gesto siempre da resultado. Los educadores caninos proponen ofrecer una alternativa como pedirle que se siente o que mantenga la calma antes de recibir lo que desea. De esa forma, la comunicación no se interrumpe, pero se canaliza.

